jueves, 16 de enero de 2014

El ataque del halcón peregrino

La mañana de enero es soleada, lo que hace que la temperatura sea anormalmente agradable. Las últimas lluvias han convertido a la invernal y dura tierra de la estepa mesetaria en una esponjosa alfombra húmeda de un improvisado verde primaveral. Todo se ha llenado de agua. Las lagunas, lo hacen con poco, pero también las cunetas, los abrevaderos de ganado y las praderas de pasto, se han visto anegados por los aguaceros de principios de año. Hasta los profundos surcos que dejan las ruedas taqueadas de los tractores, que han intentado obrar en la tierra arcillosa y han tenido que dejarlo para evitar ser engullidos por ella, se han convertido en improvisados oasis acuáticos con formas geométricas, en muchos casos, muy curiosas.
Las miles de aves que pasaban aquí el invierno han resucitado. Todo está lleno de agua y las temperaturas, en los días nublados, no son tan bajas. Un frenesí inesperado las despierta del letargo invernal y andan de un lado para otro aprovechando la facilidad para explotar los recursos que dona ahora el suelo.
Los gansos pueden pastar con más facilidad ya que las pequeñas plantas no oponen tanta resistencia a ser arrancadas. Las 5.000 avefrías que aquí invernan pueden atiborrarse de los invertebrados que se esconden entre el barro. Los zarapitos clavan sus largos y curvados picos en lo más profundo de los prados en busca de las jugosas melucas. Las anátidas se reparten por toda la zona en vez de concentrarse solo en las lagunas más grandes y pueden escoger su rincón según las distintas profundidades; cualquier cuneta es buena para un grupo de cercetas y cualquier barrizal es filtrado con meticulosidad por esa herramienta especializada que es el pico del pato cuchara.
El agua es vida y el agua atrae vida. Esto también lo saben los estorninos pintos que, en estos días de bonanza, recorren en bandos más o menos numerosos, desde una docena hasta varios cientos o miles, los campos recién sembrados o los montones de estiércol que se acumulan en los bordes de los pueblos para ser utilizados como abono en unas semanas. Los estorninos están a lo suyo, buscando alimento e interactuando entre ellos, compartiendo campo con avefrías, chorlitos dorados, alondras comunes o con sus primos los estorninos negros.
¡Hay alimento para todas estas especies que forman grandes bandos invernales! Pero donde hay grandes grupos de aves, también hay depredadores alados...
Varios de estos cazadores son los que alberga el campo agrícola zamorano en estas fechas. Algunos de ellos como el ratonero o el milano real son oportunistas, se conforman con lo que les vaya deparando la jornada. Otros, como el cernícalo vulgar, el elanio común y el aguilucho pálido, son especialistas en la captura de roedores pero sin descartar probar pluma de vez en cuando. Mención a parte merece el aguilucho lagunero, muy abundante aquí, experto en la captura de anátidas por sorpresa a las que, en muchas ocasiones, ahoga en el medio sobre el que flotan. Pero hay otras cinco especies de rapaces que son máquinas de matar otros pájaros y que tienen aquí, en la comarca de Tierra de Campos, su despensa invernal bien llena: águila real, halcón peregrino, azor común, gavilán común y esmerejón. De estas cinco, hay dos que son capaces de cazar tanto aves como otros animales, ya sean mamíferos o reptiles, el águila real y el azor. Las otras tres, son ornitófagas estrictas. 
Hace unos días, un grupo de unos 1500 estorninos, ocupaba una pradera encharcada, alimentándose de manera compulsiva. Cuando lo hacen, están constantemente reclamando para mantener el contacto entre ellos. Deben decirse algo así como: "tranquilos, seguid comiendo, todo está bien", "yo vigilo, adelante, atiborraros"... Pero, en un momento, se produce un grito agudo seguido de un silencio de dos segundos y la parálisis total del bando, antes de alzarse todos en vuelo de manera despavorida pero siempre, y esto parece un milagro, formando una masa única perfectamente coordinada. Ese grito agudo, seco y desgarrador, en "estorninés" querría decir: "¡Halcón!".
El grupo comienza a dar vueltas a mi alrededor a toda velocidad cogiendo altura. En estos momentos yo (que no tengo ni idea de "estorninés") aún no veo donde está el depredador, aunque lo intuyo. El grupo comienza a tomar formas extrañas hasta que, de repente... ¡se parte al medio! Algo a atravesado el bando, lo busco y lo encuentro... Efectivamente es el halcón peregrino, la rapaz mejor preparada morfológicamente, del planeta, para caer en picado sobre un ave, a 300 km/h, y no matarse.
Acaba de caer del cielo. Yo, no lo he visto más que salir del tumulto de estorninos. Ha sido como una aguja atravesando una tela fina. El grupo de posibles víctimas, lejos de separarse, vuelve a hacerse un solo ente. Se oyen gritos de auténtico pánico, oigo hasta caer la lluvia de excrementos sobre el suelo producidos, supongo, por el miedo. El halcón los rodea rápidamente, como un Carea Leonés (raza canina autóctona de mi tierra) junta a las ovejas, para que formen una pelota emplumada. A continuación, con unos profundos batidos de ala, coge altura enseguida para, una vez que ha calculado la distancia, encogerse y dejar de ser un tridente para transformarse en una punta de flecha.
Vuelve a caer sobre el grupo, vuelve a partirlo en dos y vuelve a fallar. Es un halcón joven, seguramente, con poca experiencia aún. Este no es Cersei, mi querida hembra adulta y enorme, dueña de la Salina Grande. Ella falla pocas veces y ella es más ambiciosa. Ella mata azulones, tarros blancos, silbones, zarapitos, fochas... A este halcón joven le azuza el hambre. La naturaleza le ha dotado de las mejores armas posibles para la caza en vuelo pero aún no sabe usarlas.
Un tercer intento se salda con el mismo resultado y se acaban las fuerzas. El bando de tordos deja de dar círculos para poner rumbo a una alameda cercana donde refugiarse. Saben que el halcón no se arriesgará a un picado ahí ya que podría matarse contra una rama. Y si se decidiera por un ataque en vuelo horizontal, solo tendrían que dejarse caer a la rama de abajo. ¡Están a salvo, se acabó! 
El halcón pone rumbo a un cerro donde, sobre un terrón en el suelo o un mojón, tendrá su posadero para descansar y recobrar fuerzas antes de volver a intentarlo. La maquinaria de la que está hecho necesita energía diaria para mantenerse con fuerza. Si no consigue matar algo y comer, puede llegar a perecer en pocos días. Es la ley de la naturaleza. El halcón mata para sobrevivir y el estornino huye para hacer lo mismo. Los animales salvajes no tienen otro fin que el ver acabar una jornada para ver empezar otra.... (sigue abajo).












,,,El hombre no, el hombre mata por el mero placer de matar. Por dar aliento a un ego que no tiene fin. Por querer demostrar que es el ser superior, el más poderoso. Pero, a mi, me gustaría ver a uno de esos hombres, procurándose el alimento en la naturaleza...
...Tiene que ser gracioso verlo correr desnudo detrás de 1500 estorninos.

6 comentarios: